cuentosdeamalgama: EL MOMENTO ANHELADO

martes, octubre 17, 2006

EL MOMENTO ANHELADO


EL MOMENTO ANHELADO


Mi niñez fue como la de todo niño de clase media; con altibajos, con alegrías y frustraciones propias de quien depende de un padre empleado, el cual debe acogerse a los avatares que el destino le impone y ofrece lo que el mismo le pone a su alcance. Pero yo era feliz a mi manera, con mis amigos de igual estirpe, con los juegos inventados fruto de la escasez. Eran días de estudio con carencias, con el descubrir cada día un mundo insólito a pesar de las necesidades, tratando incansablemente de aprender cosas novedosas y descubrir lo oculto.
Pero crecí y pronto llegó el momento que durante mi infancia me había emocionado, imaginando siempre como me vería, como sería, que emociones me depararía. ! El servicio militar ¡Y llegó, como todo en esta vida y no cabía en mi cuando el sorteo me favoreció y la posterior revisación médica avaló mi apta condición física. ¡Ya era un soldado! Listo para defender a mi patria y sus intereses, preparado para servirla y deseoso de hacerlo.
Cuando partí con mi contingente al destino que militarmente se me asignó, mi corazón latía aceleradamente, con la emoción y la intriga de estar por fin viviendo “mi momento”.
Llegamos a destino y en tropel descendimos del tren que nos movilizó, con una emotividad propia de los años jóvenes y la alegría de experimentar emociones nuevas. De pronto, como para despertar del sueño idílico, una “instrucción militar” que ablandara nuestros cuerpos civiles; todavía con la ropa limpia que mi madre me había preparado a la partida, nos hizo comprender a mi y a mis pares, el odio inconfeso de una parte de la sociedad hacia la otra; como si no fuéramos un todo, como si la dignidad tendría que perderse o dejarla colgada en el portón de entrada a ese mundo diferente y con claras diferencias con lo mío conocido. Yo entendía que el momento que el país vivía no era el ideal, que imperaba una lucha interna por el poder. Los militares gobernantes mantenían una lucha constante con fuerzas revolucionarias de sentimientos extremos. Todo era lógico, no éramos nuevos servidores de la patria, si un montón de civiloides adoctrinados a una vida inservible y por lo tanto merecíamos un lento y sistemático lavado de cerebro, borrando a fuerza de golpes, insultos y degradación toda huella de alma y solidaridad, formándonos entonces como los profesionales de la guerra que el momento militar imponía. Y lo consiguieron, poco a poco, día tras día-pasaron cinco interminables meses de instrucción- donde aprendimos como vivir con menos de lo imprescindible, como aguantar nuestras necesidades al extremo, como desconfiar hasta del mejor amigo; como robar, beber, prostituirse…..
Hoy soy un hombre nuevo: No tengo ambiciones ni anhelos, no tengo identidad pero si un número identificatorio. Solo llevo una consigna y es destruir, reprimir, acabar con el enemigo y hacia ello voy.
Cuando partimos hacia el monte todo hacía prever tiempos difíciles. Se descontaba un triunfo seguro si la mitad de nosotros volvía con vida, el cálculo matemático no tenía en cuenta el porcentaje que se perdía, no analizaba que vidas humanas se terminaban. Solo era importante el objetivo propuesto, acabar con el enemigo o sea la otra parte en disputa, aunque los mismos hubieran nacido, crecido y fueran parte indivisible del país que nos abrigaba.
Tuvimos muchos enfrentamientos, por lo que matar o no dejar que lo hicieran con uno se hizo moneda corriente, forjándonos una identidad mas parecida a una maquina destructora que a una persona con sentimientos. Día tras día, en un incesante devenir de hechos, nuestro numeroso grupo en principio, fue perdiendo integrantes hasta llegar a un reducido pero “selecto” pelotón, al cual todavía tenía la suerte de pertenecer.
Aquella fue la peor noche, cuando la mayoría dormíamos, de pronto nos vimos envueltos en un infierno de disparos y por la confusión reinante busque refugio en la espesura del monte, sabiendo que al hacerlo podía intentar minimamente salvar mi vida. Pensaba que una vez reagrupados podríamos contraatacar a ese enemigo por el momento invisible. Fueron los momentos mas largos e interminables, la espera se me hizo aterradora; hasta que por fin las detonaciones acabaron y mi corazón comenzó a retomar sus latidos habituales. Con cautela y despaciosamente me acerque al lugar del combate. Al llegar al mismo y a pesar de la oscuridad reinante pude observar una escena que por lo macabra me congeló la sangre; no podía asimilar que uno a uno iba reconociendo los cuerpos de mis hasta hace un momento compañeros. Todos, todos estaban muertos, mutilados, mezclados en un dantesco escenario en que la muerte reinaba orgullosa. Estaba solo……
Los días que pasaron posteriormente fueron una lucha constante por sobrevivir, mi entrenamiento me servía en esa tarea y aunque mis víveres se acabaron, conseguía del monte el sustento que permitía a mis fuerzas renovarse y no desfallecer. Rogaba a cada momento que la lluvia apareciera para libar de las hojas el precioso y vital elemento, pero la misma no llegaba y ya sentía mi saliva espesa, con mi lengua casi pegada al paladar. Empecé a presentir el final y fue entonces cuando sentí un silbido conocido que congeló la sangre en mis venas; eran obuses, obuses disparados contra el enemigo por la fuerzas a las que pertenecía, ellos no tenían en cuenta que estaba vivo. Me acurruque contra unos árboles y esperé el final, convencido del poder destructivo al cual me exponía. Pero no fue así y otra vez mi suerte me brindó otra oportunidad y con mis ya escasas fuerzas traté de continuar mi camino, cuando mi borrosa visión observó aquella cabaña, destruida casi en su totalidad, producto de los bombardeos y a la que llegué con dificultad pero deseando encontrar entre los restos humeantes algo que satisficiera mis necesidades. Entonces la vi, arrodillada junto a los cuerpos de los que alguna vez fueron sus familiares, llorando desconsoladamente en un último intento de atesorar en su desdicha, las vidas ya destruidas por designio de los que por justificar sus fines, no se privan de mutilar la existencia de seres inocentes.
Era casi una niña, su andrajosa vestimenta denotaba la pobreza en que vivía, su piel cobriza revelaba sus raíces autóctonas y me hicieron pensar por un momento en la ingratitud a la que exponíamos a los verdaderos dueños de la tierra. Fue la última imagen que recuerdo, mi fiebre en aumento y la deshidratación colapsaron y un calor intenso subió por mi cuerpo, mi visión se borró y deje de pertenecer al mundo de los concientes……….
Cuando abrí mis ojos ella estaba allí, atendiéndome como lo había hecho durante tres días en que mi coma me hundió en un profundo sueño, del cual no hubiera salido de no mediar su esmerada atención. Las jornadas posteriores permitieron que me repusiera, agua y comida mediante, que ella maravillosamente conseguía y yo trataba de corresponder ofreciéndole afecto y cariño –no siempre sinceros- sabiendo lo útil que me había sido.
No podía entender completamente el porque de su empeño en salvar a un extraño, a un integrante de las fuerzas que habían acabado a su familia, a un intruso en su terruño.
Cuando sentí mi vitalidad recuperada, alentándome a partir, decidí hacérselo saber, pero ella lo tomó con desagrado, con pena; como si no valorara la abnegada tarea que por espacio de varios días ella había realizado, con una devoción samaritana. No era la realidad, yo había aprendido a valorar profundamente sus actos, pero debía imperiosamente regresar a mi puesto de comando a transmitir el incidente. Esas eran mis instrucciones y debía pese a todo cumplirlas y así lo hice…………..
Poco a poco se fue acallando su llanto en cuanto más me interné en la espesura y de la misma manera ese sentimiento de impotencia que me embargaba, se fue diluyendo con la distancia.
Caminé por días, lo sabía por la débil luz solar que atravesaba con dificultad los añosos árboles, dejando atrás la inconmensurable oscuridad, la cual me aterraba y horrorizaba; por lo que había decidido mi descanso en momentos diurnos y llegada la noche desandaba el monte como animal al acecho, con todos los sentidos puestos en el menor movimiento, en el mas ínfimo ruido, en la mas imperceptible brisa.
Aquella noche mis oídos zumbaban y un presentimiento negativo me atormentaba. Durante las horas de luz había sentido un murmullo entre el follaje, como si algo o alguien estuviera allí, merodeando, vigilando o……. esperando.
Sentía el sudor recorrer mi frente y una sensación de pánico me invadía. Es terrible la incertidumbre de no poder ver al enemigo, lo coloca a uno en una desprotección total ante los movimientos que realice. Tenía miedo y eso me alertaba a cualquier ataque. Mientras caminaba esperaba el momento en que intentarían sorprenderme. Estaba atento y listo para enfrentarlos.
De pronto pude divisar un bulto escabulléndose entre los árboles y no lo dudé, disparé como desquiciado hasta acabar el cargador y ocultándome lo mejor posible me dedique a esperar. Fueron minutos eternos y cuando al fin consideré lógico salir, arrastrándome cual reptil, alcancé el lugar que había atacado y pude divisar al enemigo abatido. La oscuridad no me permitía ver con claridad y ante la morbosidad de ver su rostro, encendí una linterna de mi equipo y me acerque a verlo.
Todos los recuerdos de mi infancia pasaron fugazmente por mi mente, aquella ferviente decisión de ser soldado de mi niñez que hoy era realidad. Para que, por que, si solo había conseguido convertirme en un asesino de ………..niños. Era ella, la dulce muchachita que salvó mi vida, la pequeña abnegada que se sacrificó por mí. No podía creer lo que había cometido. Solo un enfermo de resentimiento como yo podría ser ejecutor de tamaña injusticia. Llorando como un niño me arrodillé junto a su cuerpo destrozado por mis balas asesinas. Vi que entre sus manos aprisionaba algo y decidí en mi amargura averiguar que era. Sus dedos crispados por la muerte atesoraban un recuerdo, algo de mí, la chapa identificatoria que siempre llevé en mi cuello y en ese instante noté en falta. Ella, una criatura del monte, alguien sin la educación que yo ostentaba, alguien insignificante a los ojos del mundo, poseía el maravilloso don de perdonar y comprometerse afectivamente con basuras humanas como yo.
Una sensación de opresión aplastó mi pecho. Como un autómata tomé mi fusil, lo cargué despaciosamente, coloqué el cañón del mismo dentro de mi boca y sin mediar pensamiento alguno, oprimí el disparador.




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1 comentario:

Anónimo dijo...

Estremecedor relato que pone el corazón al descubierto. Nunca nada me estremeció tanto como lo leído. Felicitaciones.!!!!